Este barrio constituyó durante cierto tiempo un municipio independiente, con el nombre de Poble Nou de la Mar. Su nacimiento es poco conocido debido a su poca importancia estratégica, comercial y militar. Probablemente se tratara de unas construcciones edificadas fuera de los muros de la Vila Nova del Grau y que poco a poco fueron aumentando gracias a marineros, pescadores o labradores que se instalaron en esta zona. Este grupo de barracas ya se conocía con el topónimo de Cabanyal, por lo menos desde 1422, como muestra un documento que habla de la reparación de un puente situado en lo camí que va al Cabanyal. La primera vista del pueblo nos la da el pintor Wijngaerde en 1563, reflejando la presencia de un núcleo de poblamiento extramuros del Grao. A principios del siglo XVII Gaspar Escolano nos informa que el Cabanyal concentraba más de cuarenta barracas y chozas de pescadores. El plano de Tosca de 1722 muestra el Canyamelar de la época, aunque sin precisión planimétrica: una alineación de barracas que sirve para simbolizar el poblamiento rectilíneo de la playa.
Un plano anónimo, posterior a 1774, nos muestra el Canyamelar, espacio comprendido entre la acequia del Riuet y la d’En Gasch. Las barracas de los habitantes del Canyamelar conforman un eje irregular que se desplaza sucesivamente hacia este y oeste. Un punto emblemático y visiblemente destacado es la Iglesia de la Mare de deu del Roser (o Capilla de las Barracas según la leyenda en el plano), que dispone ya de una plaza rectangular frente a su fachada principal. De los últimos planos del XVIII, el de Cabanilles y el de Mirallas aportan la visión en perfil del Canyamelar, detallando un poco más el aspecto de la iglesia del Rosario y de algunas alquerías. De las barracas, Cabanilles nos informa: Su fabrica consiste en dos malas tapias paralelas de cinco pies de altura, sobre las cuales se levantan dos planos inclinados convergentes, cubiertos de casas y en la, cuya reunión forma un caballete con dos alas. Hechas así las laderas y techumbre, cierranse los frentes opuestos con otras dos tapias que suben verticales hasta el caballete, y en estas se abren las puertas y ventanas. Varían las barracas en sus dimensiones e interiores comodidades: las más son pobres, pero suficientes para guardar las redes y el corto número de muebles de aquellos vecinos.
El incendio del Cabanyal-Canyamelar de 1796 destruyó gran parte del barrio, sin embargo se conserva un plano de la situación urbanística antes del fuego, de indudable interés. Representa un panorama que va desde la desembocadura del Turia hasta el extremo norte de Cap de Franca, dividiendo este espacio en cuatro partidas diferentes, que, de sur a norte, son: Partida del Grao (hasta la acequia del Riuet), partida del Canyamelar (desde el Riuet hasta la fuente y acequia d’En Gasch), partida del Cabanyal (hasta el camino de la iglesia de los Angeles) y partida de Cap de Franca (hasta la alquería del Capitán Alegre o de la Linterna y hoy conocida como la Cadena).
El poblamiento de esta zona se compone de numerosas barracas, una cincuentena de alquerías, y dos iglesias, la de Nuestra Señora del Rosario y la de Nuestra Señora de los Angeles. Las filas de barracas están separadas por calles irregulares que forman ejes de comunicación norte-sur. Estas barracas pertenecían a labradores, y sobre todo, pescadores que vivan de la Pesca del bou, que según Madoz (1846), consistía en: Un arte de pescar con dos embarcaciones a la vela, o sea a la pareja, que cada una arrastra el extremo de una red construida de forma particular… Refiriéndose a las playas del Cabañal y Cañamelar de Valencia, diremos, que la red tiene de copo 21 brazas de largo y 130 mallas de a dos pulgadas de ancho, siendo su fondo….
Pero no sólo las barracas forman el paisaje de la zona, un buen número de alquerías diseminadas nos ilustra sobre la función de ocio que el Cabanyal-Canyamelar comenzaba a tener para los más favorecidos ya en el siglo XVIII. Así, no es extraño que, como recoge Diez (1963), en la prensa de la época se anunciara más de una fonda.
En 1796, 1797 y más tarde en 1875 sufre destructivos incendios, que algunos creyeron intencionados. Los planes ilustrados para la reconstrucción -algunos muy interesantes-, nunca se llevaron a cabo y el Cabanyal-Canyamelar continua con su paisaje de barracas y alquerías, como mínimo, un siglo más. La única medida adoptada fue prohibir la construcción de nuevas barracas y hacer imprescindible la licencia para reparar las ya existentes, gravando progresivamente las tres primeras intervenciones y prohibiendose la cuarta.
A finales del siglo XIX, el Cabanyal-Canyamelar tenía 8571 habitantes, que ocupaban 1746 edificios, de los que el 66% eran barracas. Si añadimos las 375 construcciones de un solo piso, podemos imaginar el aspecto que presentaba.
En todo el pueblo no había un solo edificio de más de tres plantas. Junto a estos testimonios estadísticos, contamos con otros literarios, como el de Blasco Ibáñez, que en su novela Flor de mayo de 1895 nos dejó la siguiente descripción de Poble Nou de la Mar: Amontonabase en el fondo los edificios del Grao, las grandes casas donde están los almacenes, los consignatarios, los agentes de embarque, la gente de dinero, la aristocracia del puerto. Después, como una larga cola de tejados, la vista encontraba tendidos en línea recta el Cañamelar, el Cabañal, el Cap de França, masa prolongada de construcciones de mil colores, que decrecía según se alejaba el puerto. Al principio eran fincas de muchos pisos y esbeltas torrecillas y en el extremo opuesto, lindante con la vega, barracas blancas con la caperuza de paja torcida por los vendavales.
Desde el incendio de 1875 y hasta la guerra civil, la practica totalidad de las barracas fueron sustituidas por casas de obra, siguiendo un esquema de manzanas lineales y densas, con viviendas de dos pisos cuyas fachadas oscilaban entre los cinco y los nueve metros. Urbanísticamente crecía hacia el mar, gracias al aumento de la playa y la actividad de su ayuntamiento, naciendo nuevas alineaciones de calles. La hoy principal calle de la Reina fue la ultima de las construidas y la frontera urbana durante muchos años. Así, al llegar la anexión al municipio de Valencia en 1897, este barrio de unos 12000 habitantes, se asemejaba a un enrejado: unas cuantas calles paralelas al mar cortadas por travesías y por las acequias que desaguaban en el mar.